Al fin llegas, ni tarde ni temprano, en tu tiempo, cuando tienes que llegar. Yo todos los años me impaciento un poco, pienso que tardas, cada año te espero con más ganas, quizás porque me hago mayor, porque tomar conciencia del tiempo es un lastre que no tienen los niños que corren rampa arriba y abajo por El Salvador. También yo fui niña en esa plaza, también te veía alejarte con el sol, los estrenos y las palmas de ese bendito Domingo. Tal vez entonces, no era muy consciente de lo que es vivirte, o si lo era, pero de otra forma; con menos ansiedad. Te vivía en casa, con el pijama y los zapatos puestos, para amoldarlos y que no me hicieran daño el día del estreno. Te veía pasar en la capa celeste que mi madre planchaba; en paseos por el centro con la alegría de encontrar iglesias abiertas. Se te esperaba en la mía, mi iglesia, cerrada a cal y canto mientras yo andaba alrededor de preparativos de Quinario, entre gente ilusionada. Llegabas a aquella pequeña iglesia de la calle Dueñas, intimidad compartida con pocos, ceniza que por mi curiosidad habitual, logré saber que provenía de la quema de las palmas y las ramas de olivo del Domingo de Ramos. Me pareció tan bello y paradójico descubrir eso; regeneración y reencarnación de ti misma en todos los sentidos.
Se acaban las cábalas, las cuentas son sencillas; cuarenta días, La Cuarentena de mi amigo Antonio; un mes largo para los últimos complementos de la mantilla, novecientas sesenta horas de disfrute de la cuenta atrás, mejor que una Navidad extensa, el reencuentro más dulce del año, la transformación de mi ciudad, las ganas de que no te vayas, pues tras tu partida sólo nos queda el comienzo del final… Y cuando eso ocurre, nos vuelve a quedar la ilusión de saber que siempre volverás. Yo guardo el incienso y los carbones hasta entonces, porque no me gusta ponerlo el resto del año, que la pena es más grande que yo; y te pienso, alargando una Precuaresma, como la procesión del Corpus, sale por una puerta mientras está entrando por la otra… Pero me estoy adelantando, es pensar de más, cuando hoy al fin llegas, y sólo hay que disfrutarte.
Bienvenida.
Se acaban las cábalas, las cuentas son sencillas; cuarenta días, La Cuarentena de mi amigo Antonio; un mes largo para los últimos complementos de la mantilla, novecientas sesenta horas de disfrute de la cuenta atrás, mejor que una Navidad extensa, el reencuentro más dulce del año, la transformación de mi ciudad, las ganas de que no te vayas, pues tras tu partida sólo nos queda el comienzo del final… Y cuando eso ocurre, nos vuelve a quedar la ilusión de saber que siempre volverás. Yo guardo el incienso y los carbones hasta entonces, porque no me gusta ponerlo el resto del año, que la pena es más grande que yo; y te pienso, alargando una Precuaresma, como la procesión del Corpus, sale por una puerta mientras está entrando por la otra… Pero me estoy adelantando, es pensar de más, cuando hoy al fin llegas, y sólo hay que disfrutarte.
Bienvenida.
Foto: Roberto Villarrica